El origen de Pensamiento Lateral corresponde al que en su momento acuñó el escritor y psicólogo maltés, Edward de Bono, en su libro New think: the use of lateral thinking (Nuevo pensamiento: el uso del pensamiento lateral) publicado en 1967.

Este concepto, utilizado incluso en la psicología, se enfoca en la búsqueda de soluciones a problemas utilizando estrategias o caminos alternos a los que normalmente la lógica simple nos llevaría. Se vale de la creatividad al momento de evaluar y dar solución a los diversos obstáculos que se presentan. Esto permite encontrar otras formas de percibir las cosas, de analizarlas desde otro contexto, con un matiz innovador y propositivo a la vez.

La vinculación con el contenido de la columna permite una asociación interesante ya que lo que pretendo es presentar un análisis basándome en una temática alterna a lo que, mediante un pensamiento simple y lógico, nos llevaría por vías ya conocidas. Pensamiento Lateral busca, desde una perspectiva innovadora, generar debate, reflexión y proponer nuevos esquemas de solución a las problemáticas políticas, sociales y económicas de nuestro entorno.

Finalmente, en el contenido de la propia columna haré una adición a lo que normalmente comparto con ustedes: El tintero, que es un breve espacio en donde escribiré noticias o datos relevantes para el consumo personal.

miércoles, 7 de mayo de 2014

Crónica de una censura anunciada.




Pensamiento lateral
Crónica de una censura anunciada.
Por: Miguel Á. Martínez Castillo (*)


Quien se enfada por las críticas, reconoce que las tenía merecidas.
Cayo Cornelio Tácito. (55-125) Historiador romano.

En algún lugar de la mancha, de la mancha urbana de una ciudad de la cual no recuerdo el nombre, amanece.  Son las 7 de la mañana de un domingo de julio, el primero del mes.  Inusual porque normalmente se verían las calles desiertas, pero no en esta ocasión.  Numerosas escuelas, domicilios y edificios son preparados para recibir a la gente que desde temprano empiezan a aparecerse para ser los primeros en la fila y tener el resto del día libre para dedicarle a la familia.  Un paseo por la costera, ir al cine, visitar a los parientes o ir a la laguna que está a unos 20 minutos de la ciudad para mitigar el calor de un verano inusual que se ha dejado sentir con toda su fuerza.

Humberto (Beto, como le dicen sus amigos y conocidos de confianza) es un joven que apenas ha cumplido la mayoría de edad.  Ve el reloj y son las 7:30 de la mañana.  Anoche salió con sus amigos y festejó su cumpleaños.  Se siente orgulloso porque ya podrá tramitar su licencia de automovilista y lo dejarán ingresar a los centros nocturnos.  Ya es adulto.  Decide quedarse en cama unas horas más porque aún se siente mareado por la resaca de la fiesta.  Pero al mismo tiempo sonríe y una vez más recuerda que en su cartera ese espacio vacío en su tarjetero ha sido ocupado por su credencial de elector, su pase automático a la vida nocturna, para abrir cuentas bancarias o para manejar el auto de su padre.

Apenas un pestañeo y el reloj ya marca las 10 de la mañana.  La familia de Humberto se dispone a salir.  Ya desayunados, su hermana y sus padres van a la escuela secundaria que está a unas esquinas de la casa.  Ellos nunca han fallado.  La fila aún está nutrida pero lo importante es que hay sombra y no tendrán que esperar bajo el inclemente sol.  Luego de una hora regresan y el muchacho sigue durmiendo.  Le preguntan si irá a la escuela secundaria y el responde: “al rato”.  Decide levantarse y el reloj ya pasa de las 12 del día.  En la televisión hay fútbol y son las semifinales.  Se sienta frente al aparato y aprovecha para comer lo que quedó del desayuno.

2 de la tarde.  Termina el fútbol pero anuncian una película de estreno.  La familia –excepto el recién mayor de edad- sale a visitar a los abuelos.  Se queda solo en casa.  Se acomoda en el sillón y a su lado está el plato vacío, el vaso con jugo de naranja y el cambiador de canales.  No pasa mucho y tocan a la puerta.  Seguramente, olvidaron algo antes de irse los papás.  El muchacho se levanta enojado porque lo hicieron moverse del sillón.  Abre la puerta y encuentra a dos personas –vestidos con gorra y playeras del mismo color y usando unas tablas con varios papeles insertados- y lo saludan.  Una es una chica atractiva y ambos son casi de la misma edad.  El muchacho se medio arregla el cabello y saluda con la mejor de las sonrisas que puede y busca disimular y limpiarse las lagañas de los ojos.

Los visitantes se presentan y le preguntan si es mayor de edad, a lo que el nuevo adulto responde con toda seguridad que sí.  La chica le cuestiona si fue a tramitar su credencial de elector a lo que éste le dice que sí y con un afán de orgullo pavorreal le enseña la cartera donde exhibe el plástico.  Los visitantes se miran entre sí y sonríen.  Le lanzan una tercera pregunta: “¿ya fuiste a la escuela secundaria?”  El muchacho, estirándose los brazos responde que no, que no le ha dado tiempo de ir porque está ocupado.  Los visitantes no pueden ocultar su alegría y le comunican que es su día de suerte.  Le dicen que no tiene que ir si no quiere.  Es perder el tiempo y además con el calor sofocante la espera en la fila se hace eterna. 

Uno de ellos se acerca y le pregunta si quiere ganarse a Diego Rivera.  El muchacho no entiende la pregunta y el visitante sonríe y le dice que es dinero.  500 pesos en efectivo. “¿Y qué hay que hacer?” pregunta. “Nada”, responden al unísono los visitantes.  “Quédate en casa y disfruta tu domingo” le dice la chica guiñándole un ojo.  El muchacho acepta la propuesta pero antes de despedirse, los visitantes le piden su credencial, ese valioso tesoro por el que tuvo que esperar años, formarse en una fila que parecía interminable y al mes regresar para que le entreguen ese minúsculo pero indispensable objeto que le daría status social, un nivel superior sobre los demás y su pase de joven a ser todo un adulto.

Aprieta la cartera como si presintiera que se la quieren arrebatar.  Su sonrisa nerviosa lo hace detenerse y busca retractarse.  Se siente acorralado.  Los visitantes intuyen y le duplican la oferta y le aseguran que después de las 6 de la tarde tendrá de vuelta su credencial.  El muchacho se relaja y afloja la mano.  Mil pesos por prestar su credencial unas horas no está mal.  Además, si no regresa, vuelve a tramitarla.  Sin pensar más la entrega y en un sobre amarillo hay dos billetes de 500.  Diego Rivera al cuadrado.

Todos sonríen y el trato se cierra con un apretón de manos.  La chica, que no oculta su simpatía por el muchacho que acaban de visitar, le pide su número telefónico, claro y obvio, para estar en comunicación y llevarle su credencial.  Sin dudar le dicta el número y le agrega que tiene WhatsApp.  La chica promete mandarle un mensaje.  Los visitantes se alejan del domicilio y el muchacho se queda en la puerta pensando: “Mayor de edad, mil pesos, descanso en casa, una chica…es mi mejor día”.

El resto de la tarde transcurre con normalidad.  El papá de la familia está viendo el televisor para esperar el resultado.  Luce nervioso y constantemente toma del vaso con agua.  Al fin escucha el anuncio oficial y el resultado lo deja desencajado.  Perdió.  El muchacho le dice que no es para tanto, que siempre pasa lo mismo.  El papá voltea y pregunta si fue a la escuela secundaria.  El muchacho balbucea y con agilidad mental responde que sí.  El papá solo respira profundo y se hunde en el sillón, decepcionado y preocupado por lo que viene.

Pasan los meses y el resultado empieza a cobrar sus facturas.  En las noticias aparece la idea de querer cambiar algunas reglas, leyes y derechos.  La sociedad está inquieta, los maestros son los primeros en protestar porque les han quitado sus conquistas, sus logros y hay que hacer algo.  Salen a la calle a exigir soluciones a sus demandas.  Es un diálogo entre sordos.  Autoridades y docentes tienen voces, altavoces y hasta tenores, pero todos carecen de oídos.  La represión comienza y la violencia hace presencia.  Los medios hacen mutis obligado, volviéndose cómplices silenciosos.  Las concentraciones sociales desaparecen como acto de magia.  La sangre derramada es secada y ocultada por el calor del sol, su aliado circunstancial.  Todo vuelve a la normalidad pero las redes sociales muestran otra realidad, la realidad del mundo viviente y reproducen lo que no se vio, lo que no se escuchó pero sí se vivió, lo que sí pasó.

En las semanas siguientes, circula en los medios otra idea: controlar el comportamiento de las personas.  No pueden gritar, no pueden caminar libremente por cualquier calle, no pueden expresarse sin recibir el permiso y no pueden agredir.   La inquietud vuelve a estar presente en la gente.  Surgen los críticos de la idea y esto obliga a replantearla con algunos cambios, pero el estigma negativo ya nadie se lo quita.  La idea murió el día que nació.

Llega el desfile.  Se conmemora el día del trabajo y la gente sale a caminar por las calles, según a celebrar.  Hay quienes aprovechan la coyuntura para manifestarse contra la idea que por cierto ya fue aprobada por tirios y troyanos.  Salen a la calle a expresar su inconformidad, a plena luz del día, sin estorbar, sin bloquear calles, sin insultar.  Solo un par de cartulinas que hablan por ellos, que dicen todo, que expresan el sentir social de muchos ciudadanos.  A la orden de una voz, son reprimidos con lujo de violencia, sin importar género, condición física, raza, religión o ideología. 

Los agredidos usan el único recurso a su alcance: las redes sociales.  Algunos medios toman valor y deciden reproducir la experiencia vivida.  Cualquiera puede padecerla, pero eso no pasa por la mente de muchos.  La censura llega también para quienes alzaron la voz desde algún micrófono y al día siguiente los mantienen al margen, ahí, en la banca.  Es oficial: la censura vuelve recargada.

De los agredidos, uno de ellos es el papá de Humberto.  Golpes, moretones y un ojo hinchado.  El hijo, indignado, condena los actos en su cuenta de red social.  Uno de sus contactos le dice que conoce a una amiga que podría ayudarlo para que investiguen a los agresores.  Al día siguiente, van a visitarla pero la funcionaria se niega a recibirlos.  Está en reunión, les comentan.  Esperan horas para poder ser atendidos y, finalmente, les dan acceso.  Entra primero el amigo a hablar con ella y a explicarle la situación.  Minutos después sale y le comunica a Humberto la mala noticia: no puede ayudarlo porque fueron órdenes de sus superiores, de allá arriba.  El afectado pide hablar con ella un minuto y acceden.  Ingresa a la oficina y al verla, hace mutis, no puede hablar.  Era la visitadora de aquel domingo de julio que le pidió su credencial.

Mientras regresaban, el amigo se disculpó pensando que algo se habría podido hacer.  Humberto le preguntó desde cuándo la conocía.  Éste le dijo que fue en el mes de julio, precisamente un día después de haber festejado su cumpleaños.  Había ido a su casa junto con otra persona a ofrecerle dinero por su credencial.  Ese día fue especial porque se ganó mil pesos que luego usó para comprarse un reloj.

Humberto regresó a casa, observando las marcas en el cuerpo de su padre, impotente de que la justicia no haya hecho su trabajo.  No sabía a quién recurrir porque tampoco mostró interés en la escuela para conocer el funcionamiento de las instituciones de justicia.  Su ignorancia, sumada a su desinterés, lo había convertido en una especie de naranja mecánica, que a partir de ahora viviría sujeto a los caprichos y vaivenes del poder.


El tintero.

Ha entrado en vigencia la nueva y recargada Ley de Ordenamiento Cívico.  Según sus promotores, hicieron cambios de fondo que le quita ese matiz autoritario y violatorio.  La siguiente semana estaré hablando y exponiendo un análisis de este documento que hace historia en el país, pues es el primero en su especie que entra en vigor.

Hasta hace unos días el nombre de Sara Kavanagh resultaba desconocido para una gran mayoría de la población mundial.  En cuestión de días, se ha vuelto tan popular como la marca de algún refresco y sí, es precisamente por un refresco que Sara ha llamado la atención de los medios.  Originaria de Mississippi, esta adolescente cuestionó a las dos gigantes refresqueras, Coca-Cola y Pepsico, del uso que hacen éstas en sus productos del aceite vegetal bromado.  Este ingrediente, prohibido en Europa, Japón e India, produce nada menos que pérdida de memoria, problemas nerviosos y en la piel, así como otros síntomas –aún no comprobados del todo- como lo son: fatiga, debilidad muscular, dolor de cabeza, depresión, psicosis y hasta pérdida de visibilidad periférica.  Pepsico anunció el retiro de este ingrediente únicamente en sus productos gatorade pero Coca-Cola lo hizo en todos sus refrescos.  La mejor receta, señalan los médicos, es eliminar los refrescos con gas de la dieta diaria. 








 
(*) Internacionalista, analista político y comentarista en el programa radiofónico SIPSE Café del 95.3 de FM. 
Visita: http://columnapensamiento.blogspot.mx/














 

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