Pensamiento lateral.
El
agotamiento del presidencialismo mexicano.
Por: Miguel Á. Martínez Castillo. (*)
En el ejercicio de la política
hay que aprender a lavarse las manos con agua sucia
Jesús
Reyes Heroles (1921-1985) Político, jurista e historiador mexicano.
En los primeros dos años de
gestión del Presidente de la República he podido constatar el gran desgaste
político que éste se ha llevado por decisiones gubernamentales y por escándalos
que involucran a su familia por propiedades de un alto valor económico a cambio
de favores vía licitaciones de obras públicas millonarias a contratistas que
fueron parte del patrocinio de su campaña presidencial.
México es un país que si
bien no nació sí se construyó bajo un sistema presidencial, para luego
deformarse y convertirse en un sistema presidencialista. Muy lejos estuvo el esquema planteado por
Hamilton en El Federalista sobre la
figura presidencial y su respectiva división de poderes para la existencia de
un equilibrio entre éstos.
Los vencedores de la
Revolución adoptaron y adaptaron una Constitución acorde a su visión, acorde a
la visión de los vencedores sin la búsqueda de un pacto político con los
vencidos. No hubo cabida para aquellos
que disentían de su ideología política. Venustiano
Carranza se ocupó bien de que se le dotaran de facultades para hacerlo lo
suficientemente fuerte pues el momento y la coyuntura –de acuerdo a su visión-
la requería. Con el devenir de los años,
las facultades constitucionales no serían las únicas que tendría el Presidente,
sino también otras que iban más allá de las que la propia Constitución le
otorgaba: aquellas a las que Jorge Carpizo llamaba las facultades metaconstitucionales.
El poder del Presidente
llegó a tal magnitud que en su persona recaía el destino y rumbo del país,
literalmente. Decidía quién iría al
Congreso como legislador, nombraba candidatos a Gobernador, Presidentes
municipales, ministros, hacía uso discrecional del presupuesto, dirigía los
destinos de PEMEX, de los recursos naturales, de la CFE y hasta llegó a ser la
máxima autoridad agraria en el país.
Los ademanes, las miradas,
las salutaciones, la reverencia y la satisfacción del ego personal del
mandatario era el repertorio en cada mitin político hacia donde se dirigía la
caravana presidencial. Una mirada, una sonrisa
o un saludo del Presidente valía tal vez más de lo que hoy costó la casa blanca
a Enrique Peña Nieto. Los informes
presidenciales eran catalogados como fiesta nacional, era el día del
Presidente.
Hay, por lo menos, tres
fechas importantes que marcaron o sentaron las bases del presidencialismo
mexicano. La primera fue en 1917, cuando
los constituyentes optaron por una presidencia fuerte, dotándola incluso de
facultades por encima del Congreso, puesto que se creía falsamente que éste
representaba un obstáculo para los objetivos de la Revolución. Carranza mismo defendía esa postura.
La segunda fecha fue en 1935,
cuando Lázaro Cárdenas, luego de expulsar del país a Plutarco Elías Calles,
agrupó a los sectores corporativos del país y los integró en un solo ente, en
un partido de Estado. La Revolución se
había institucionalizado y el poder del Presidente había pasado a uno
individual pero con matices sistémicos, es decir se establecían reglas no
escritas para quien detentara la Presidencia.
De ahí en adelante, la figura del partido de Estado crecía y se
consolidaba.
El tercer momento histórico llegó
en 1988, con las elecciones presidenciales.
Fue en aquel momento en que el presidencialismo vio seriamente amenazado
su status quo ante la competencia de una
oposición más organizada que a la postre fue factor de cambios importantes en
el país: las elecciones locales de 1989 en Baja California donde por vez
primera un candidato de oposición gana la gubernatura, por ejemplo.
Sin embargo, hubo otros
momentos importantes en la vida política de México que marcaron un acotamiento
al poder presidencial, como la reforma electoral de 1977. La reforma constitucional que reconocía la
figura de los partidos políticos, acompañada de un nuevo esquema de
representación en el Congreso de la Unión, permitió salir del ostracismo a los
partidos de oposición y empezar a conquistar espacios públicos.
Tras la llegada de Carlos
Salinas al poder, como producto de una elección muy cuestionada y con la
presión de la oposición, el futuro de los procesos electorales dejaría de
quedar en manos de la Secretaría de Gobernación para dar paso a la
institucionalización de los comicios.
Con la creación del Instituto Federal Electoral (IFE, hoy Instituto
Nacional Electoral, INE) y posteriormente con la Comisión Nacional de los
Derechos Humanos (CNDH), la presidencia cada vez más perdía espacio de
dirección. Había, pues, prácticas que
seguían vigentes pero éstas cada vez costaban más trabajo aplicarlas.
La presidencia de Ernesto
Zedillo representó no solo un parteaguas en la historia del presidencialismo
mexicano al sentar las bases de un cambio en la praxis del ejercicio del cargo (los días del Presidente llegaban a
su fin), sino que representó el gobierno que daría transición y cambio para la
llegada, luego de 71 años ininterrumpidos, de un partido distinto al PRI.
Los gobiernos de Fox y
posteriormente, de Calderón, abrieron la ventana a un nuevo orden
político. El presidencialismo vio mermada
su tradicional presencia y por vez primera en muchos años, la separación y
equilibrio de poderes comenzaba a ser una realidad. Tuvo que pasar también diversas reformas para
que tanto el legislativo como el judicial, ejercieran sus roles. En el caso del judicial, los ministros ya no
eran puestos y quitados a gusto del Ejecutivo.
Resolver controversias entre el Ejecutivo y el Legislativo, así como
entre las entidades y los municipios, fueron otros ejemplos de un fortalecimiento
en las atribuciones de dicho poder.
El decálogo de reformas que
presentó en 2009 Felipe Calderón al Congreso marcaría una nueva etapa en la
mecánica de la relación entre el Ejecutivo y el Legislativo, así como nuevas
reglas en el sistema electoral. La
reelección, la iniciativa preferente, las candidaturas ciudadanas y la segunda
vuelta en la elección presidencial, fueron temas de amplio debate. Al final, el resultado generó el
fortalecimiento en las atribuciones tanto del Ejecutivo pero también parar los
propios partidos políticos.
El Pacto por México, firmado
durante la administración de Enrique Peña Nieto con el PAN, PRI y PRD, dejaron,
desde un particular punto de vista, dos claros mensajes políticos: los partidos
políticos estaban imponiéndose al Presidente y, dos; solo hay 3 partidos en el
país que deciden el rumbo.
Hoy, la pregunta a responder
es: ¿hacia qué sistema político está dirigiéndose el país? Diversas opiniones difieren en sus
respuestas; por un lado, se piensa que es hacia un sistema semiparlamentario,
otros que avanza hacia un sistema de partidos pero con restricciones, y no se
descarta la idea tampoco, de que el presidencialismo retome su poder de antaño. Lo cierto de esto es que el poder del
Presidente cada vez se limita más, se cuestiona más y se respeta menos. Los partidos políticos están ascendiendo en atribuciones
y comienzan a tejer –mediante alianzas- nuevos cambios que sin duda les
beneficia. Es importante observar que
los tres partidos más representativos en el país hoy atraviesan serios
conflictos de credibilidad. Habrá pues,
que establecer controles y equilibrios al rol que hoy los partidos están
ejerciendo. El Pacto por México fue el
mejor ejemplo de que quienes determinan el futuro del país son los partidos
políticos, no el Ejecutivo, al menos no solo él.
El tintero.
Si la opinión pública tiene
en muy mal concepto a los políticos, lo siguiente viene a abonar a la causa:
Cuauhtémoc Blanco se registró como precandidato a la alcaldía de Cuernavaca y
la ex capitana de la selección mexicana femenil, Iris Mora, hizo lo propio para
buscar una diputación federal en Quintana Roo.
Ambos, junto con Ana Gabriela Guevara, Carlos Hermosillo y Fernando
Platas, son de los experimentos para atraer votos de la ciudadanía,
escudriñándose éstos en que los políticos no son de fiar y que solo uno que no
lo sea (o sea ellos) podrán ayudar a la gente.
Lo extraño del caso es que fueron políticos quienes los impulsaron y les
abrieron las puertas para postularse. De
ser congruentes habrían buscado la vía de la candidatura independiente. A todos ellos los admiro por su trayectoria
deportiva, pero entrar a la política creo que no ayudará al país a solucionar
sus problemas. Hago hincapié en que debe
apostarse por la profesionalización de la política, no la deportivización.